Voluntaria en Primera Iglesia Bautista de Arroyo, Puerto Rico, 2018.
Foto por Danny Ellison
El 20 de septiembre de 2017 el huracán María impactó Puerto Rico con vientos de 155 mph. No había una persona viva en Puerto Rico que hubiera experimentado un desastre de tal magnitud, esta era una experiencia novel para todos nosotros. Diez días antes, el huracán Irma había afectado el norte de la isla y todavía estaban muy frescas en mi mente las imágenes de la devastación que dejó Irma a su paso por el Caribe.
Recuerdo que ese miércoles en la mañana le dije entre lágrimas a mi esposo Alexis: “Salgamos a dar una vuelta por el pueblo. Quiero guardar estas imágenes de Puerto Rico en mi memoria y en mi corazón, porque sé que después de María ya nada será igual”.
Y no fue igual. Despertamos a una pesadilla que duró meses. Una pesadilla de un país sin luz, sin agua, sin gasolina, sin comida, sin gobierno y a veces… hasta sin esperanza. Pero con amigos, con familia, con vecinos y con la comunidad de fe… con la fuerza de Dios.
Perdimos 4,645 vidas y aún estamos en el proceso de recuperación.
Tuvimos que aprender. Aprendimos a preservar alimentos, a levantar nuestra voz, a racionar la gasolina, a lavar ropa a mano, a no conformarnos, a leer chats, a exigir que se nos trate con dignidad y a ser solidarios con nuestros semejantes.
Yo también aprendí. Aprendí de medidas, de cotizaciones, nombres de herramientas y también a cuidar mi salud mental con estrategias para manejar la fatiga por compasión.
Con las fuerzas que nos quedaban salimos a reconstruir el país, un día a la vez. Sabíamos que solo nos teníamos a nosotros mismos. Pero rápidamente recordaríamos que no estábamos solos. Dios se mantuvo siempre presente.
En mi caso, decidí guardar el dolor y enfocarme en la reconstrucción. No había tiempo para lamentarse pues necesitábamos suplir nuestras necesidades inmediatas en medio de una escasez sin precedentes. De hecho, no tengo ni una sola foto de los daños de María, no me interesaba recordar.
En mayo del 2018 cambié de trabajo y acepté la encomienda de coordinar los esfuerzos de reconstrucción con American Baptist Home Mission Societies bajo la iniciativa Rebuilding, Restoring, Renewing Puerto Rico. Como parte de la orientación a los voluntarios, compartía con ellos nuestras vivencias para que entendieran la magnitud de los daños.
En ese momento me di cuenta de que era la primera vez en ocho meses que me detenía para poner en palabras el trauma vivido. Puedo decir con total certeza que las primeras veinte orientaciones las di entre lágrimas. Mientras más la contaba, menos lloraba. Contar mi historia se convirtió en una herramienta sanadora. Los voluntarios y voluntarias que venían a servir no solo restauraron las vidas que habitaban los hogares que reconstruyeron; sino que también, sin saberlo, me ayudaron a restaurar la mía.
Esta puede ser la metáfora de las personas que trabajan en ministerios. Muchos experimentamos fatiga por compasión o trauma vicario por el tipo de tarea que hacemos a diario. En medio de la crisis, Dios provee espacios de sanidad donde surge una comunidad de fe que nos sostiene y nos acompaña.
A casi seis años de la tragedia, podemos decir que somos expertos en respuesta a desastres. Lo demostramos en los desastres que precedieron (algunos naturales, otros no tan naturales) tales como la renuncia del gobernador de Puerto Rico a raíz de las protestas el verano de 2019, los terremotos del 2020, la pandemia del COVID-19 y más reciente con el impacto del huracán Fiona en el 2022.
Ya nada es igual. Ya no somos iguales, somos más fuertes, más resilientes… más sensibles. Así que seguimos sanando, seguimos amando, seguimos soñando.
La Rvda. Abigaíl Medina Betancourt es la coordinadora nacional de Relaciones Interculturales, American Baptist Home Mission Societies. Lea la versión en inglés de este artículo aquí.
The views expressed are those of the author and not necessarily those of American Baptist Home Mission Societies.